Quizá nacemos para pensar en predictivo (cascada) y no en adaptativo (ágil)

Si hemos coincidido en alguna charla, curso, etc., quizá me hayas escuchado hablar sobre lo difícil de abandonar el pensamiento «predictivo», típicamente ese pensamiento cascada, el pensamiento tipo industrial, el que yo llamo «Lado Oscuro». De como muchas veces nos seguimos auto-engañando para meterlo en cualquier sitio, camuflado, hasta disfrazado de ágil. Básicamente, las charlas que di en el «open» de Chile hace unos meses hablaban de esto.

Debe haber muchas razones de esa aparente tendencia natural a volver al pensamiento cascada, a la falsa sensación de hacer cosas «causa-efecto», esa búsqueda de la predictivilidad. Muchas veces pienso que es por la educación que hemos recibido, tema cultural, etc. Pero puede haber algo más, algo más profundo en nuestro cerebro que nos lleve que pensar en predictivo sea la forma más natural, frente a pensar en prueba –  error, no tener claro el causa – efecto, la adaptación como estrategia, o las ideas ágiles.

Ya Weinberg, que he tratado en varios post (recordando hitos buenos y malos de tu carreratrabajar en más de una tarea genera perdidas de tiempo o el proyecto Mercury), en su descatalogado «Quality Software Management» (que se re-vende a súper precio en Amazon), llamo al pensamiento clásico (cascada, predictivo),  «Causation Fallacy», la falacia de la causalidad, diciendo que nuestro pensamiento suele ser lineal, a intentar verlo todo como eventos explicables, de causas simples y efectos directos.

Hoy además quería compartir contigo algo más de todo esto, porque que he descubierto artículos que argumentan que nuestra mente está preparada, casi por naturaleza, para pensar en el modo causa- efecto, en el pensamiento lineal y el predictivo (cascadas). Si esto es así, la tendencia «al cascada» puede ser más profunda, y venir más allá de cuestiones culturales y educativas recientes.

Según los estudios y experimentos que cita el anterior artículo, la mente humana tiene un sentido sobre desarrollado para el causa-efecto, incluso donde no lo hay. Esta obsesión al causa y efecto probablemente evolucionó debido al sentido de supervivencia, si hay depredadores… es bueno detectarlos, y para ello deducir causas-efectos: «suenan los arbustos, entonces… se supone que hay algo ahí». 

Según parece hay varios  experimentos con niños sobre este tema (como siempre digo hay que tener cuidado con los datos de los experimentos, pero eso no implica obviarlos). 

Un tal Deborah Kelemen de la Universidad de Arizona preguntó a niños de 7 y 8 años sobre objetos y animales, y descubrió que la mayoría creía que todo había sido creado para un propósito específico: Las rocas puntiagudas están ahí para que los animales se rasquen, las aves existen «para hacer buena música», los ríos para que los barcos puedan flotar. Parece que hay una predeterminación en la mente al causa-efecto.

Hay otro artículo publicado en Science, «Lacking Control Increases Illusory Pattern Perception»de Jennifer Whitson y Adam Galinsky que preguntaron a personas qué patrones podían ver en los puntos que formaban la información de la bolsa, acciones. Antes de preguntar, hicieron que la mitad de los participantes sintiera una «falta de control», haciéndoles recordar experiencias en las que habían perdido el control de una situación, etc. Los sujetos que percibieron una pérdida de control mayor tenían muchas más probabilidades de ver patrones donde no los había. Los investigadores sugieren que cuando sentimos falta de control recurrimos a formas supersticiosas de pensar, a buscar una causa efecto (eso explicaría por qué las religiones crecen en seguidores en tiempos difíciles).

Si esto es así, y parece tener sentido, la lucha contra el Lado Ocuro, los cascadas, las predictivilidades (frente a la adaptación, prueba error, aprende, etc.), el causa-efecto, el reduccionismo (Cobra Kai) va a ser más dura de lo que pensamos…

Javier Garzás

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