Calgary, un día como hoy, hace 12 años… mi primera ponencia en una conferencia informática

Un día como hoy, un 27 de agosto de hace 12 años, el amigo Faustino Sánchez y yo, después de un arduo y largo viaje, estábamos en Canadá, más concretamente en Calgary. El motivo fue que tenía que impartir la que sería mi primera charla en un congreso fuera de España, como siempre por aquellos tiempos, hablando sobre diseño software, patrones, buenas y malas prácticas relacionadas.
La conferencia en cuestión era el OOIS (Object-Oriented Information Systems) 2001, en la que aprendimos un montón de cosas sobre diseño, ingeniería software, etc., y en la que recibí muchas sugerencias para mejorar mis trabajos, sobre cómo organizar las numerosas buenas prácticas sobre diseño software y que estas fuesen mucho más fácilmente aplicables y conocidas.

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Una de las siapositivas de mi ponencia

Mas tarde, pude organizar un catálogo de reglas de diseño, una ontología sobre el conocimiento en diseño orientado a objetos, etc. Y tener la suerte de que todo ese trabajo fuese publicado en IEEE y estudiado para el SWEBOK. Algo de esto ya lo contaba por el blog, en el conocimiento acumulado en diseño software.

Y, como siempre, hay alguna anécdota no-técnica del viaje…

Aún hubo tiempo para que un día pudiésemos visitar el paraje natural más impresionante que hasta la fecha he visitado: las “Rocky Mountains” en Calgary. Y los impresionantes parques naturales de Banff, el “Lake Louis”, etc. E incluso hubo tiempo para morir en uno de sus impresionantes glaciares.
Los que venimos de la estepa castellana no es que estemos precisamente muy acostumbrados a las montañas, el hielo y la nieve, así que, como niños con juguete nuevo, frente a la presencia de un glaciar lo primero que hicimos fue subir corriendo “a ver cómo era y qué había arriba”.
La emoción de la escalada no nos hizo prestar la suficiente atención al detalle de que mientras nosotros subíamos con ropa vaquera… la gente bajaba con ropa de montaña, cuerdas, gorro, zapatillas con pinchos y esas cosas. Fueron las grietas, desde las que a decenas de metros de profundidad se veían correr preciosos riachuelos de agua azul, las que empezaron a inquietarnos, y más aún como se desprendía el hielo de los bordes de aquellos bonitos precipicios, bajo nuestros pies, mientras tranquilamente nos asomábamos a contemplar tan bello paisaje.
Al menos, al bajar sanos y salvos del bello glaciar, fuimos conscientes y aprendimos varias cosas. Una, que habíamos tenido suerte, dos, que otros no la tuvieron (pues ya se habían caído allí varios, sin volver) y tres, que había que quitarse la mala costumbre española de hacer las cosas y luego leer las instrucciones, instrucciones que como buen español leímos al terminar nuestra ruta:

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Faustino (izquierda) y yo (derecha) a los pies del glaciar y de los avisos que hay que leer antes de subir, no al bajar

Javier Garzás

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