La paradoja de la estupidez

Recuerdo que hace años, cuando trabajaba en una de las grandes, después de un mega desarrollo desastroso, proyecto de muchos meses, mucha gente, mucha consultora, y muchos etcs., una retrasada primera versión se pasó a producción y… se cayó. Que curioso, sí.
Quiso la casualidad que anduviera yo por allí en aquellos momentos, en la planta de los jefes, cuando sucedió tal previsible altercado, y que me tocará presenciar la escena de cómo le cayó el marrón al pobre chaval que en este momento le tocaba de guardia en soporte.
A aquel pobre hombre, yo creo que bastante válido, le tocó entre titubeos dar, sobre la marcha, una explicación de qué había pasado a un montón de directivos cincuentones, que no entendían nada técnico de lo que decía, y que le gritaban como si él pobre hubiese sido el culpable de tal magnitud de desaguisados.
Recuerdo que el chaval propuso una solución razonable y lanzó un par de preguntas a los directivos para obtener su aprobación, a lo que sólo obtuvo dos respuestas: “tu estás aquí para hacer, no para preguntar” y “eres parte del problema… o de la solución”. Nunca olvidaré aquella escena.
Este verano, mientras leía sobre “La paradoja de la estupidez” me vino aquella escena a la memoria (y otras tantas similares). Según los autores del término, la estupidez funcional surge cuando a las personas inteligentes no se les anima, deja, permite… pensar.
A priori, las implicaciones de evitar que la gente piense pueden ser catastróficas, pueden llevar al colapso a la organización, a fusiones, quiebras, etc. Sin embargo, hay un sin número de de empresas que subsisten, aceptan y el fomentan la estupidez funcional dentro de sus organizaciones, esa es… la paradoja de la estupidez.
Los autores se pusieron a analizar por qué había tanta empresa grande con personas inteligentes que hacían cosas tan estúpidas (ojo que también hay grandes con gente estúpida). Cómo había tanta organización que contrataba a personas inteligentes y luego los “animaba” a no utilizar su inteligencia.
Las personas inteligentes, naturalmente, tratan de pensar por sí mismos, aportar y hacer preguntas. Pero en muchos sitios aprenden rápidamente a no hacer demasiadas preguntas o pensar demasiado profundo porque esto implica preguntas incómodas que alteran sus superiores y a sus compañeros de trabajo. Lo más fácil es seguir adelante sin causar molestias.
El tema ya lo hemos tocado aquí en algún momento, empresas pensadas para no pensar, políticas para atontar a la gente en el trabajo.
El caso es que según “La paradoja de la estupidez” la «estupidez funcional» es en realidad una importante estrategia de supervivencia para muchas organizaciones: ignorar incertidumbres, contradicciones y verdades permite vivir en un mundo idílico que promueve trabajar en la facilidad, evitar la verdad incómoda, el resultado satisfactorio frente al óptimo.
Los autores llegan a decir que vivir una vida feliz en una organización a menudo requiere la capacidad de evitar aprender demasiado.
El problema vendrá, como siempre, a largo plazo… algo que no nos gusta mirar mucho.

7 comentarios en “La paradoja de la estupidez”

  1. Leí hace poco una cita que decía, más o menos, que aquellos jefes que no escuchan a sus equipos terminan rodeados, tarde o temprano, de gente que no tiene nada que decir.

  2. Muchas gracias Javier por recomendarnos lecturas que ponen de manifiesto lo que muchos observamos en el día a día. Y sobre todo por leer, sí leer. Es fundamental para no caer en el grupo de estúpidos funcionales.

  3. Generalmente eso pasa en empresas donde hay gente que se puso su kiosko y en su mente tiene que hay un poder ganado. Cuando aparecen muchos de esos la primera etapa es hacerse el boludo y después buscarse otra cosa.
    Más si uno no quiere solo «

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